El contrato
Para completar su solicitud
haga click en “Aceptar”. ¡Listo! Ahora solo queda esperar. Mi tiempo de vida
esta contado; Carlos, que en paz descanse, me recomendó esta página web para
darle fin a mis angustias. No ha sido fácil llenar la planilla digital y
completar la solicitud de suscripción para el disfrute del servicio. Una oferta
que dejó de ser un pensamiento agotador para convertirse ahora en una espera
nerviosa.
Trato de no encerrar mis
pensamientos ante lo que está por venir; sentarme en la sala en mi cómodo sofá
frente al televisor, me ayuda a sobrellevar el tiempo que me queda. Un especial
sobre la Segunda Guerra Mundial por el canal NatGeo; estos documentales siempre
me han fascinado. La humanidad luchando por sobrevivir, enfrentándose a su
propia demencia. Tropas al servicio de un hombre, tratando de conquistar al
mundo. Las guerras más temibles y sangrientas son aquellas donde los egos
predominan con el fin de rendir a los adversarios a sus pies para un goce
efímero; aunque el cuerpo del vencedor no sea tocado por una bala, éste no
podrá resistir los embates del tiempo. Victoria que se convierte en un mal
chiste.
Muchos judíos ante el ataque de las tropas alemanas cavaron
sus propias tumbas a la espera de una bala certera que acabara con su
sufrimiento. Yo con solo pulsar una tecla espero el momento de mi viaje que
incluye boleto sin retorno. La diferencia: yo estoy sentado cómodamente en el
calor de mi hogar. Ellos eran objeto de maltratos, torturas inimaginables: quebraban
su alma, hacían trizas su humanidad,
para luego apagar la luz de sus ojos opacados por el miedo nacido de la
pesadilla en carne viva.
Ha sido mi decisión, no creo
que sea malo pensar de la manera en que lo hago. Sientes que ya has vivido lo
suficiente, que la soledad se te hace amarga; te has enterado que una pequeña
bacteria te consume segundo a segundo y que no hay tratamiento médico posible
que la neutralice, que pongas fin a tu vida por tus propios medios se hace
totalmente razonable. Solicité al médico
que me diera un récipe con el nombre de algún medicamento que sellara mis ojos
y secara mi mente mientras el cuerpo donde habito colapsa, un elixir que me
otorgase paz mientras inicio mis pasos tras la puerta del silencioso e
imperturbable descanso. Evidentemente se negó, no existía tratamiento para
calmar la tormenta por venir. Al salir de su consulta decidí que lo haría por
mi cuenta. Pensé en varias opciones para acabar con el agotamiento de mi cuerpo
condenado, pidiéndome a gritos que no lo deje continuar, que sufrirá, que no es
capaz de soportar tan escalofriante futuro.
Caminando, dirigiéndome a mi
hogar, llegué a un elevado sobre las aguas turbulentas de un río que parte a la
ciudad en dos. Paré mi andar pero no así mis pensamientos. Reposando mis brazos
sobre la baranda, las voces en mi cabeza me recordaban sobre el final de aquel
otro desahuciado, que por su cobardía no era capaz de terminar con su inoculado
sufrimiento. Un hombre muerto en vida por un cáncer irreversible y destructivo.
Carlos algo. No recuerdo bien su apellido, pero sí la conversación casual que
compartimos en la barra de un bar hace ya unos días antes de su muerte.
“El naturista”, un bar de poca
monta donde solían reunirse los bohemios de la ciudad, soñadores que trataban
de parecer artistas pero que lucían como despojos humanos, cuerpos consumidos por
las ideas que algunas vez se aseguraron que podrían cambiar al mundo, el mismo
que ahora los castiga por su insolencia atravesándolos con la daga envenenada
de la realidad. Era el lugar al que solía ir a para sentirme mejor después de un largo
día de trabajo. Entre ellos parecía afortunado, un hombre con una estabilidad
laboral, con un techo propio donde descansar; a sus ojos era aquel individuo sensato que no cayó en la
atrayente y letal trampa de los sueños de colores que terminan difuminándose en
un mundo gris donde predomina la mudez. Claro está que para el momento ya no me
servía de consuelo, mi terapia “naturista” dejó de ser efectiva al momento que
la guadaña del encapuchado reflejó el camino hacia la luz. La sentencia era
irreversible, así que los tragos ese día me supieron amargos. El vaso que
utilizaba como ahogador de furias, desempeñaba el papel de un medidor que
señalaba el término de su propia existencia; al agotarse su contenido,
terminaba como un cuerpo sin alma y desechado a una fosa común con sus pares.
No extrañaría ese vaso, pronto el barman pondría a mi alcance otro lleno del
vigorizante líquido de la vida, otro que correrá con la misma suerte de sus iguales. Así es la vida, todos
enterrados o cremados. No importa cuánto lo evites, se nace marcado para morir;
desconocemos la forma en la que ocurrirá, pero venimos al mundo bajo el símbolo
de la condición mortal. Seremos reemplazados. Mis ojos se cansaron de resistir las
lágrimas, se deslizaban contra su voluntad, como si a cada tramo de mi rostro
buscasen una saliente de donde aferrarse. Sentí un peso sobre mi hombro
izquierdo.
— ¿Qué le pasa amigo? ¿Lo dejó la mujer?—observé una
mano huesuda sobre mi hombro, falanges en un manojo de tiras azuladas
comandadas por un hombre que por su aspecto podría pasar como cualquiera de los
extras de la serie The walking death.
—Para nada, solo que me he enterado de la forma en la
que voy a morir y estoy aterrado—No sé por qué se lo dije, pero en momentos
difíciles el mantenerte entero obliga a sostenerte bajo cualquier riesgo, no
importa de dónde provenga la ayuda. Sus
ojos vidriosos escrutaron mi dolor, traduciendo mi sentir obligando a sus
labios dar paso a una triste sinfonía en forma de suspiro. Pidió una cerveza y
se sentó a mi lado. Sorbió con cierta dificultad la frialdad del espumante,
parte del líquido salía de su boca a través de las comisuras de los labios
mojando su cuello y la parte frontal de su arrugada camisa de cuadros azules.
—Perdona el desastre, pero no es fácil beber cuando se
te dificulta tragar. Al igual que tú estoy próximo a abandonar esto que
llamamos vida, de ella nos quejamos por sus dificultades día a día, irónicamente cuando está todo por terminar nos
aferramos por seguir soportándola, sin importar cuánto reproche le hayamos
hecho.
—A pesar de mi terror a confrontar la muerte ya he aceptado
mi fin, al contrario de querer seguir viviendo a riesgo de un sufrimiento
inimaginable causado por combatir los pronósticos y las sentencias, estoy
buscando la manera de adelantar mi partida…pero no quiero ser condenado al
limbo por acabar mi existencia con mis propias manos—dije.
—Un hombre temeroso de Dios—palabras tan cortantes como
cristales rotos, palabras acompañadas de una falsa sonrisa. No era exactamente a Dios a quién temía. Mi
verdadera angustia convertida en miedo era viajar en el río Aqueronte en el
infierno de Hades, haciéndole compañía eterna a Caronte, el barquero del
infierno, obligándome a ser su pasajero castigando mi osadía por acabar con mi vida
sin cumplir los designios de los dioses. La mitología griega de niño siempre me
interesó, mi abuelo me regaló una serie de libros divididos en varios tomos de
formatos hermosos con ilustraciones fantásticas de entre los cuales se
encontraba uno titulado Mitos y Leyendas.
De sus lecturas aprendí a temerles a los dioses griegos, puede sonar absurdo
pero mi admiración por sus historias terminó en una obsesión masoquista; mientras más leía, más les temía; mientras
más les temía, más quería saber de ellos.
—Tranquilo hombre, yo también soy un creyente temeroso
de Dios. El suicidio es penado con el purgatorio. Pero he conseguido un camino
alterno donde posiblemente se podría
evadir tan oscuro castigo. Mi aspecto deja mucho que desear. Soy un hombre con
un cartel colgado en mi frente con la leyenda “Hombre muerto caminante”. El
aspecto exterior de mi cuerpo así lo delata, tengo cáncer de páncreas, tengo
los días contados y cero posibilidades
de poder cumplir algún tratamiento.
—Lo siento… ambos somos hombres muertos.
—Tengo que irme, no puedo faltar a una visita que
recibiré en mi casa. Creo que nuestro encuentro ha sido oportuno, ambos
buscamos el fin de nuestro sufrimiento. Toma esta tarjeta, es el camino que he
descubierto para evadir el castigo, lo comparto contigo. Adiós.
La tarjeta de blanco mate
decía: ¿Cansado
de tu vida? Nosotros tenemos la solución. Ingresa en www.suicidioalterno.com.ve.
Al día siguiente en los
noticieros, exactamente en su edición meridiana, pude ver la noticia que
terminaría llevándome derecho al computador e ingresar a la dirección
electrónica escrita en la tarjeta. Un hombre de nombre Carlos (sigo sin
recordar el apellido) había sido asesinado en su hogar. Recibió ocho heridas
punzo penetrantes. En la fotografía de la víctima pude reconocer a aquel hombre
del bar.
Tocan a la puerta. Escucho una
música que reconozco, los acordes de Suicide
note part 1 de la banda de metal Pantera.
Efectivamente es parte del paquete suicida que compré, el combo número 2
incluye música de fondo de tu preferencia y un tiro certero en la frente.
Buen contento, me mantuvo en suspenso.
ResponderEliminar"Al igual que tú estoy próximo a abandonar esto que llamamos vida, de ella nos quejamos por sus dificultades día a día, irónicamente cuando está todo por terminar nos aferramos por seguir soportándola, sin importar cuánto reproche le hayamos hecho."
ResponderEliminarEste párrafo es pura crema... casi parece que hubieras tenido cerca a la parca de verdaíta.