El oficio del librero: un homenaje a la vida
En los
libros se encuentran grandes refugios donde habitan los recuerdos que hacen
del pasado un presente soñado, símbolos
en tinta y papel que alimentan los nuevos días por nacer. Como librero me
alimento de las memorias de otros, de sus alegrías y desencantos, de sus
verdades y engaños.
Lo que
somos y reconocemos como vida es porque lo escrito así lo ha permitido. Los
libros son las ficciones y realidades que conforman nuestro mundo.
Recomendar
libros es perpetuar la existencia, es rebelarse al paso egoísta del tiempo. Un
lector sabe que nunca está solo, que otro también ha vivido lo que él ahora
experimenta. Lo mejor de trabajar con libros es la constante pérdida de la
inocencia.
Cuando un
libro rompe la barrera que separa al hombre del papel entintado se establece
una unión inquebrantable, aquella vida que solía conocer como “real “ nunca más
será la misma, ahora la ficción es parte importante de su día a día.
Todo lector
es esclavo del tiempo, todo lector sufre por aquellos libros que nunca por él
serán leídos, por ello visita su propia versión del muro de los lamentos, aquel
espacio donde la muerte no existe. La librería junto con su guardián hacen su
propia versión de la inmortalidad, una y otra vez se sostienen del recuerdo
reviviendo el pasado para comprender el presente.
Cada libro
leído es una semilla, el germen de un nuevo pensador que quizás se convierta en
escritor.
Mi gusto
por la lectura me llevó a desarrollar el oficio que amo, ser un lector que disfruta
mirar el mundo a través de los ojos de otros. Ser librero te convierte en el
epicentro de los anhelos, en la clave de muchas búsquedas. Como un superhéroe,
el librero obtiene una gran responsabilidad ante la sociedad, se hace acreedor
del mágico poder de influenciar en las vidas de otros, de almas sedientas por
construir un mundo mejor.
(Escrito al igual publicado en el encarte Papel Literario del periódico El Nacional del domingo 23 de junio de 2013)
Así es.
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