Lo escuché llorar en mi boca
Las tormentas
se desatan en el silencio del mundo que dentro de nosotros habita. Un
territorio lleno de bondades pero también de temores y pesadillas. Lujuria e
ira, venganza y envidia, risa y llanto, el circo de la vida que sin duda es el
acto supremo del teatro.
Lo escuché llorar en mi boca son tres monólogos brillantes sobre
el lado más oscuro de la luna. En el primero una dama desde una cárcel responde
una carta nada amistosa, en ese diálogo interno se justifican sus acciones sin
importar el costo ocasionado por las mismas. En el segundo un profesional de la
muerte ya en las puertas de la decadencia habla con un televisor, siniestro
testigo de un hombre sin alma que va enumerando sus actos de incomprendida “justicia”
mientras razona sobre el deterioro de su cuerpo. En el tercer y último monólogo
una mujer radiante disfruta de una cita, una cena con un hombre joven y
elegante, en su cabeza germinan los argumentos donde va armando el futuro de
una relación donde ya ella se hace ganadora del total control, las citas en
ocasiones son trampas.
Joaquín
Ortega con gran sentido del humor y poseedor de una prosa sólida nos invita al
laberinto de las emociones que gritan en el vacío, podemos observar su origen
pero nunca descifrar su idioma. Los ojos son espejos velados. Así son los
pensamientos, esos demonios que nos habitan.
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