Mejor quieta
—Hola Susana. Bienvenido Marcos. Me alegro que hallas
aceptado el venir a terapia junto con tu mujer, ella ha estado muy preocupada
por tus… “excentricidades” en la intimidad. Te noto tenso, trata de relajarte.
La idea de que estemos los tres aquí es para encontrar una solución para que ustedes
como pareja se entiendan y salgan fortalecidos.
—No
me siento cómodo Doctor…
—Julio García, tranquilo. Llámame simplemente Julio.
Puedes quedarte en el asiento ubicado al lado de tu esposa o acostarte en el
diván a tu derecha. Trátame por mi nombre de pila, no hacen falta los
formalismos para escucharnos. Listo, ya estás mucho más confortable sobre el
diván. Marcos, ¿Cómo conociste a Susana?
En
la Iglesia de nuestra parroquia. Todos los domingos luego de misa un grupo de
veinte feligreses nos quedábamos para seguir dialogando y discutiendo sobre las
leyes de Dios y sus designios. En ese entonces comencé a fijarme en ella. En su
dulce voz e inteligencia, sus argumentos sólidos sobre la existencia de un Dios
que todo lo sabe. Quedé prendado de su sonrisa y carisma.
—Susana me ha contado con anterioridad que ella se fijó
en ti por tu caballerosidad, tus atenciones.
—He
tratado de ser lo mejor para ella. Tratarla con todo el respeto y el amor que
ella merece.
—Está muy bien, solo que hay un detalle que me ha
dejado algo preocupado, motivo por el cual solicité a Susana que te trajera a
mi consulta. Los comentarios que ella me ha dado sobre tu comportamiento en la
intimidad me parecen de interés. Tengo entendido que están llegando de la Luna
de Miel. Ella esperó hasta casarse para tener relaciones después de tres años
de “maravilloso” noviazgo. Me cuenta que aunque lo han intentado no se ha
consumado el acto de la unión de cuerpos en la cama. ¿Podrías hablarme sobre
ello?
— Todo se inicia bien hasta que ella decide
moverse matando así el momento y mi pasión.
—No entiendo. ¿Sufre de eyaculación precoz?
—No,
le explico. El cuerpo de mi mujer me excita, es una diosa, sus caderas y
grandes senos me enloquecen. Besarla y acariciarla es toda una experiencia
maravillosa. Lo que no me gusta es que no puede quedarse quieta.
—Sigo sin entender Marcos.
—Se
mueve y comienza a acariciarme y abrazarme haciendo que mi deseo por ella
desaparezca.
—A ver, Marcos. Por lo que me dices pareciera que no te
agrada que tu mujer responda a tus caricias.
—Me
gusta cuando está quieta.
—Es normal que ella corresponda a tus afectos. Cuando
una pareja se quiere y desea el intercambio de las caricias es una consecuencia
natural. Explorar sus cuerpos es parte del rito del coito.
—Con
ella es la única que he tenido estos inconvenientes. Mis anteriores mujeres
nunca se quejaron y cumplían con mis deseos a buen gusto.
—Estimado Marcos, para que una persona no reaccione
ante el contacto físico sólo puede ocurrir si está impedida o muerta. No es
posible que puedas hacerle el amor a una mujer sin que ella siquiera reaccione
a la penetración y al orgasmo. Las reacciones pueden ser de placer, gusto y
asco; pero sin duda debe existir una reacción ante el estímulo.
—Le
digo que sí es posible hacer el amor en esas condiciones. La primera vez que
hice el amor así fue, y sabe que la primera vez nunca se olvida, ese momento te
marca para siempre y más aún si ha sido lo mejor que has sentido.
—Háblame de ese primer amor Marcos.
—Tenía
yo dieciséis años. Trabajaba con mi tío en la funeraria del pueblo. En mis
horas de almuerzo me sentaba en las afueras a degustar de mi comida, mientras
veía pasar a la linda chica pelirroja en patines. Se llamaba Alejandra. Una
sonrisa hermosa, unos lindos ojos azules y pecas perfectas en su blanco rostro.
—Continúe
—Cada
día que pasaba mayor era mi admiración por ella. Al cerrar mis ojos su rostro
acompañaba mis silencios. Armándome de valor un día decidí invitarle a comer un
helado, le dije: “Alejandra te invito a comer un helado en lo que culmine mi
jornada laboral de hoy”. Ella me miro de arriba abajo, unos ojos azules como el
cielo parecían nublados por el desprecio. Se limitó a decirme un sonoro y corto
“No” y continuó su camino, dejando mi orgullo bajo las ruedas de sus patines.
Pasaron
los días. Mi amor por ella creció a pesar de su desprecio. En el fondo ella me
amaba, algo me lo decía, destinados a estar juntos, sólo era cuestión de
tiempo.
Por
mi buen desempeño mi tío se tomó unos días de vacaciones, dejándome a cargo de
la funeraria ¡Qué sorpresa al ver a Alejandra en la sala esperándome! Acostada,
desnuda con sus ojos azules escondidos tras las cortinas de sus parpados. Al
ver un tatuaje en su pelvis con la inscripción “Marcos Augusto” no pude
contenerme; aunque no tengo segundo nombre sé que era para mí, su declaración
de amor en silencio. Su olor era perfecto, una mezcla de sudor y rosas. Su
piel, aunque marcada por las cicatrices, permanecía suave al tacto. Al estar
sobre ella ingresando en sus territorios vírgenes pude ver cómo su rostro me
sonreía. Podía escuchar su voz diciéndome “Marcos no pares, hazme tuya”. La
hice mía, no sólo una, sino muchas veces. Fue hermoso.
—Mar… (Carraspeando, aclarando la garganta) Marcos ese
acto atroz tiene un nombre, esa aberración es definida como Necrofilia. No
estás bien. Necesitas ayuda. Susana por favor sal de la oficina y dale este
papel a mi secretaria y espera afuera del consultorio.
Si
Susana, espera afuera, no quiero que te pongas celosa, aún falta por contar.
Después de Alejandra tuve tres novias más, Mercedes era veinte años mayor que
yo…
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