El mar a cinco cuadras

 

La vida es un misterio. Un día abrimos los ojos y comprendemos que somos alguien, que pertenecemos a un espacio donde interactuamos con otros. Lo asumimos. Identificamos aquellos que por genética tienen una  estrecha conexión con nuestro “yo”. Comprendemos que somos parte de algo llamado familia.  La literatura se vale del recuerdo para dar sentido a los caminos que ya hemos recorrido. Reescribe la historia que nos precede. Reinventa el pasado. Llena los vacíos.

Arnoldo Rosas recurre a la escritura para desandar el camino. Escribe para revivir a los afectos que alguna vez lo acompañaron en la travesía. Su reciente novela así lo demuestra. El mar a cinco cuadras es la historia de un hombre que retoma el pasado cuando todo parece indicar que ha llegado al final del camino. La venta del inmueble que alguna vez fue el hogar de una numerosa familia, se convierte en la frontera que delimita el comienzo y final del ciclo de la vida.

Con un lenguaje sencillo y directo, el autor desarrolla varias anécdotas que nos llevan a comulgar con los lazos familiares. Jugando con el tiempo, el pasado se mezcla con el presente.  Mientras el personaje principal (que nos relata la historia en primera persona) realiza las gestiones legales y burocráticas para llevar a cabo la venta de la casa, los fantasmas (personas que gravitan en los recuerdos) escenifican, una vez más, pasajes relevantes en la vida del anónimo narrador.

A medida que avanza la lectura  presenciamos la unión de múltiples mundos que van de lo espiritual a lo terrenal. Por un lado, las conmovedoras situaciones de migrantes que se instalan en la isla prometida (Margarita) para reconstruir sus vidas. Por el otro, el universo onírico de las premoniciones: sensibilidades que se traducen en sueños que alertan acerca de un inevitable fallecimiento. Estos fenómenos sobrenaturales se revelan en las mujeres que integran la familia del lado materno. Llegado a este punto, algo llamó poderosamente mi atención: la temporalidad que da cierto orden a los decesos. En la familia materna, los fallecimientos ocurren (siempre) en los días de Semana Santa. En la familia paterna, los parientes llegan al final de sus vidas (siempre) durante el mes de diciembre. Me parece significativo: se simboliza el ciclo de la vida (nacer-crecer-morir) desde una concepción espiritual. El término de la longevidad de quienes integran ambas castas,  armoniza con las diversas manifestaciones que celebran el más importante símbolo cristiano: Jesucristo.  

Más allá de los puentes que el autor establece entre enigmáticas dimensiones, también recurre a hechos históricos para dar contexto al argumento de la novela: el ciclón que azotó a la Isla de Margarita en 1933, fenómeno climático que ocasionó varios destrozos y pérdidas humanas (recordado mayormente en nuestra historia nacional por el naufragio de la balandra “Palmira” donde fallecieron todos sus tripulantes). El desastre natural es recordado por el padre del narrador que, siendo un infante, vivió la peligrosa experiencia.

Rosas también se vale de elementos de la cultura pop universal, para así conectar con cierta generación de lectores: entre ellas, la mención del filme El puente sobre el río Kwai (1957), película que se hace relevante durante la infancia. El narrador (personaje) recuerda las palabras de su padre acerca del largometraje: decía que ahí se mostraba el temple, la dignidad y la voluntad de las personas, sobreponiéndose a las peores circunstancias (…) (pp. 33-34)

 

El mar a cinco cuadras nos invita a recorrer el álbum familiar de un narrador sin rostro que bien podría ser cualquiera de nosotros.

       

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