La sopa (cuento inédito de Jonathan Bustamante)

Los logros son dulces cuando los caminos son amargos. Para algunos la notoriedad es el fin de todo; para otros, sobrevivir  es todo. Mi padre fue un hombre de pocas palabras pero de muchas acciones. Sonreír era su forma de tranquilizarnos a mi madre y a mí cuando las cuentas superaban nuestros alcances. Luego de un tiempo mi padre encontró en la sopa la solución a todos nuestros problemas. Aquel alimento compuesto de agua y verduras no sólo fue nuestro alimento sino que se convirtió en el sustento diario. Todas las mañanas salíamos a comprar las hortalizas para que mamá cocinara su estupenda receta “…” la cual vendíamos a los establecimientos cercanos. ¡Qué dicha la de mi madre y padre! Ya nuestros gastos no eran preocupación alguna. En tarros de vidrio proporcionábamos la medida justa para llenar la panza del comensal de turno. Buena comida a buen precio.

Remodelamos la casa, mi padre compró su primer auto,  y mamá semanalmente renovaba el vestuario de su closet. La alegría tenía sabor a sopa.
Al tiempo la demanda seguía en aumento y me matriculé en la universidad para estudiar en la escuela de medicina, ya no podría seguir siendo parte del negocio familiar. Papá contrató a un ayudante, un chico flaco y algo extraño pero de buenos modales. En las cenas mi padre lleno de halagos decía cómo el nuevo ayudante con su gran personalidad y extraño peinado lograba vender mucho más de lo siempre acordado por los revendedores. Con facilidad podía triplicar el pedido de los dueños de abastos y bodegas, la sopa era todo un éxito, adquiría otras dimensiones a través del chico flaco de extraño peinado.

Un día, al bajar a desayunar me encontré con unas maletas en la sala. Escuché unas risas provenientes de la cocina, cuál sería mi sorpresa al ver al extraño chico sentado en mi lugar del comedor, sonriente y masticando con desespero unos huevos con tocino.
—Hijo a partir de hoy nuestra familia crece, Warhol se queda con nosotros— dijo mi padre mientras abría los brazos abarcando el espacio ahora invadido.
—Estupendo padre. Bienvenido Warhol. No podré compartir el desayuno con ustedes, ya voy tarde y debo presentar un examen muy importante de anatomía— sonreí lo mejor que pude, las sorpresas en ayunas normalmente no son bien recibidas y menos cuando te sale un “hermano” de la nada.

Al paso del tiempo me acostumbré a su presencia. Él no paraba de ayudar a mi madre en la cocina, prestando mucha atención a cada detalle de la receta que hacía de la sopa única en el mercado. Luego de la faena del día Warhol se dedicaba a pintar. Sus acabados eran impresionantes, de gran gusto.  Intervenía los rostros de famosos, haciendo de una simple foto una obra de arte digna de estar en cualquier museo.

Todo dulce sueño tiene su final. Así llegó el día que todo cambiaría. Una visita que vestiría de fatalidad nuestros días. Recuerdo con amargura aquella tarde de domingo, todos sentados en la sala disfrutando de la buena música de Duke Ellington y John Coltrane, dos grandes del jazz  interpretando In a sentimental mood. Tocaron a nuestra puerta dos hombres de gran estatura y prominentes barrigas, uno era el Sr Campbell dueño de una de las más grandes fabricas de sopa del país y el otro se hacía llamar Maverick, su abogado. Ambos preguntaron por el “talentoso Andy Warhol”. Luego de que mi padre les permitiera la entrada, los dos barrigones sacaron un documento. Rápidamente Warhol con mucho estilo estampó su rúbrica sobre aquel papel que sellaría nuestro destino. Nuestro protegido había vendido la receta secreta de mi madre y no bastando con eso también había diseñado el logotipo para la lata que saldría a la venta. Mi padre se mantenía mudo y con la boca abierta. El chico del extraño peinado fue a su habitación, recogió sus pertenencias y se fue junto a los dos barrigones para nunca más volver.

Las sopas Campbell eran todo un éxito, no solo habían copiado la receta de mi madre sino que también habían mejorado su sabor. Ya nadie quería comprar nuestras sopas caseras y aquellos días de bonanza desaparecieron. Día tras día mi padre ahogaba su frustración en alcohol mientras que mi madre planchaba ropa por encargo y hacía de niñera. Yo comencé a dar clases a los chicos del primer año de medicina para poder seguir costeando mi carrera universitaria.

La balanza era injusta. Por un lado un hombre trabajador perdido en el oscuro mundo del alcohol y sus demonios, lleno de llanto y odio. Por el otro, un joven oportunista  que mordió la mano amiga ahora convertido en todo un icono del movimiento pop. Músicos y actores no dejaban de promocionar en la radio y la televisión el consumo de las sopas Campbell. Andy Warhol era toda una celebridad presente en cada evento de la sociedad artística del país. 

El matrimonio de mis padres terminó hundido en el fracaso. Mi padre se convirtió en un estorbo,  un alma en pena negada a ser rescatada. Mamá nos abandonó y se fue a vivir con su hermana que tenía un modesto apartamento en el centro de la ciudad. Sin trabajo y con una adicción agobiante mi padre clamaba todos los días por tener en sus manos una botella de whiskie. Una cirrosis hepática acabó con él en poco tiempo. Mamá se fue apagando y el alzhéimer la arrebató de mi vida. A pesar de semejantes desgracias pude culminar con mis estudios y graduarme de médico cirujano.

 Mi tía me envió las pertenencias restantes de mamá, entre sus cosas  conseguí la receta escrita en detalle de la sopa que nos llenó de luz y desgracia. El secreto de su gran sabor era la cascara del plátano. ¡Maldito Warhol! No solo le bastó con robar la receta y venderla, sino hacer del ingrediente especial su más grande obra al convertir al plátano en una de las más celebres portadas de disco alguno en la historia de la música: The Velvet Underground & Nico. 

Mi graduación fue triste, logros tan huérfanos como yo.  Momento de ponerse la bata y asumir el rol. Me dediqué a entender la mortalidad y a luchar contra ella, negando en cada operación la naturaleza de la muerte. A lo largo de varios años muchas vidas se me escaparon de las manos pero también otras renacieron en ellas.

La venganza es un plato que se come frío. El tiempo borra las huellas y acorta la memoria de aquellos que viven inmersos en la engañosa fantasía. Mientras mi nombre crecía como cirujano la salud de Warhol se venía abajo, para entonces yo era el mejor cirujano en el país y me convertí en su primera opción para revertir su mal. Cómo entenderá señor juez era mi oportunidad. 




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