Un presentimiento



Desde chico he coqueteado con la idea de que puedo presentir la pronta muerte de un familiar: los sueños y cambios bruscos de humor me daban la señal de una muerte próxima a ocurrir. Recuerdo una noche que, sin motivo aparente, sentí una alegría tal que comencé a brincar y a reír a carcajadas en mi sitio de trabajo. Mis compañeros se miraban entre sí con gestos de sorpresa y ojos interrogantes ante tan inesperado espectáculo; sabía que no era coherente actuar de esa forma, pero no podía por voluntad propia controlar mi ridículo acto. Camino a casa recibí una llamada de mi madre, indicando que su hermana (mi tía) había fallecido hacía pocos minutos de un infarto fulminante. Me sentí culpable por haber sentido tanta alegría mientras mi tía de forma probablemente agónica dejaba este mundo; luego, al pensarlo un poco y meditarlo por algunos días, comprendí que fue una forma de despedirse de mí, permitir que yo sintiera su partida,  la alegría sin sentido se convertía en sus palabras de  despedida.

La normalidad llegó por un tiempo, aunque la muerte no tardaría en llegar nuevamente. En los recuerdos la inmortalidad del ser querido. Mi tío Oscar era un hombre humilde y trabajador. Se desempeñaba como vigilante de una de las plantas que surten de electricidad a la ciudad. En sus ratos libres se dedicaba a su familia y a tocar su guitarra, un autodidacta amante del bolero: el trío Los Panchos era de sus grandes héroes. Muchas veces, de niño, fui espectador de sus performances en el patio de la casa. Por él quise aprender a tocar guitarra e ingresé en ciertas clases de música; la impaciencia me venció, y mis manos pequeñas y torpes ayudaron a convencerme a que me dedicara a otro hobby. Al paso de los años nos veíamos poco, ya que yo venía creciendo y desarrollando intereses académicos que ocuparon mi tiempo, agotando así los días disponibles para las dulces reuniones amenizadas con la música del tío Oscar. Un martes lluvioso sentado en la  sala cerca de la radio puse la mano sobre el dial y comencé a darle vueltas a la plateada perilla hasta dar con una emisora dedicada al bolero. Pasé horas sentado, dejándome llevar por la suavidad de los acordes y la melancolía de las voces que destacan a la música de los amantes heridos. Un pequeño “bip” me sacó del letargo musical; era el aviso de un mensaje de texto recibido a mi celular. Decía: “Hola primo es José, mi padre,  tío Oscar, ha fallecido”. El mensaje me dejó en blanco por un instante, luego el bolero que sonaba a través del parlante de la radio terminó por sacudir mi alma “Ya yo me despedí de mi adorada/ y le pedí por Dios que nunca llore/ que recuerde por siempre mis amores/ que yo de ella nunca me olvidaré”. Era la canción Despedida del trío Los Panchos, un tema que el tío Oscar tocaba frecuentemente cada vez que nos veíamos en las reuniones familiares. ¡Cómo no lo noté, cómo pasar por alto esa extraña melancolía que me embargaba, sin darme cuenta esos sentimientos me llevaron a una reunión privada con mi tío, compartiendo nuestra última tarde juntos envueltos con la música que él tanto amó, un adiós donde el duelo se disfrazó de armonía!

Hoy me he levantado tratando de recordar lo que he soñado, una necesidad de recuperar lo perdido, del resurgimiento de la compañía ante el frío de la soledad, confuso sin saber si soy testigo de una premonición más. Siento miedo ya que en mi familia quedamos pocos, el álbum familiar se ha convertido en mapas llenos de trazos del pasado, personas que ahora solo son recuerdos, referencias, pero que ya no son realidades. Dolores cicatrizados por la posesión de sus objetos heredados que al principio te recuerdan las cualidades de sus dueños para luego cambiar de personalidad y ocupar un nuevo espacio en tu vida, como si lo hubiesen tenido por siempre, dejando en el pasado su procedencia. Cada día que vendrá será una agónica expectativa tratando de descifrar los hechos y sentires, la inquietud de saber si un simple temblor o espasmo en mi cuerpo es un aviso de un pronto adiós, ¿uno más que se ausenta de la corta fila de la vida? Condenado a dudar de cada acción cotidiana donde la proximidad de la muerte busca manifestarse.

 Cuando sea mi hora…  ¿presentiré su llegada?

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