El Pen Club: una decepción tras otra

Jennifer Clement.
Imagen: Diario Digital Nuestro País
El 22 de enero del año 2019 el PEN Club International recibe una carta dirigida a Jennifer Clement, presidenta de la asociación. La misiva contiene la renuncia de uno de sus miembros: Mario Vargas Llosa. El escritor, ganador del Nobel de Literatura en el año 2010, revela su descontento ante las posiciones adoptadas por el prestigioso centro que ha levantado la voz en contra del gobierno español solicitando la anulación de las sanciones aplicadas sobre Jordi Cuixart (presidente de Òmnium Cultural, asociación española que promociona la lengua y la cultura catalana), y Jordi Sànchez (político y profesor universitario). El gobierno español le adjudica a ambos el delito por rebelión, debido al apoyo ambos individuos vienen realizando a favor de la independencia de Cataluña. Los activistas se encuentran en prisión preventiva a la espera del juicio.

Mario Vargas Llosa. Imagen: The New York Times.

Vargas Llosa alega que el PEN, al desestimar las acciones del gobierno español sobre “los rebeldes”, traiciona los estatutos del club al validar a un movimiento racista y supremacista. El escritor considera que quienes van a ser juzgados por un tribunal, no lo están por las ideas que defienden sino por ser parte activa de un intento de golpe de Estado, una acción que dinamita las leyes y la constitución de la democracia española. Siendo un demócrata no puede ser parte de ello. En su visión, el independentismo catalán ha gozado de todas las garantías, derechos y libertades democráticas para expresar su punto de vista.


Más allá de buscar validar las razones de las partes involucradas, el acontecimiento me hace recordar que no es la primera vez que un escritor, en la búsqueda de una causa justa, rompe sus relaciones con el PEN. Le ocurrió a Philip Roth. La ensayista y académica Claudia Roth Pierpont, en su libro Roth desencadenado (Random House, 2016), cuenta el hecho.    

Portada del libro escrito por Claudia Roth Pierpont

Es la primavera de 1972, y Roth llega a la ciudad bautizada El corazón de Europa, casi cuatro años después que los tanques soviéticos habían aplastado las esperanzas del movimiento conocido como la Primavera de Praga. El escritor no ignora las desventuras políticas checas ni sus ramificaciones literarias. En una cena con la junta editorial, descubre las dificultades por las que pasan sus traductores y editores para publicar y exponer su obra en el país (para el momento se referían a El mal de Portnoy, que para entonces era impublicable en Checoslovaquia). Para evitar la censura el libro aparecería en forma de samizdat: un manuscrito mecanografiado que circularía en copias hechas con papel carbón, tantas como pudieran sacarse. La revelación deja en Roth una profunda marca.
De regreso a los Estados Unidos, Roth se sumerge en la cultura checa: a través de Robert Silvers (amigo y coeditor de The New York Review of Books) contacta con Antonín Liehm, periodista checo emigrado y crítico de cine. Roth se inscribe en el curso sobre cultura checa que Liehm imparte en el Colegio Comunitario de Staten Island. De aquellos conocimientos emergen nuevos impulsos en su escritura, y se consolida su interés sobre las condiciones que excluyen a lo mejor de la Praga literaria, a los auténticos herederos de Kafka. Grandes escritores, anulados por el régimen, se dedican a barrer las calles y a realizar otros trabajos de menor categoría para ganarse la vida.

 Philip realiza su segundo viaje a Praga en la primavera de 1973. Esta vez con una lista de escritores a visitar. El novelista y dramaturgo Ivan Klíma es su contacto y guía. Entre las personalidades literarias con las que logra conversar se encuentra Milan Kundera, quien sería uno de sus grandes aliados. La aplastante realidad de sus colegas lleva a Roth a ejecutar un plan: consciente de la necesidad de dinero, pide una lista de quince escritores. Al retornar a Norteamérica, abre una cuenta bancaria a la que llama Fondo Checo Ad Hoc. Recluta a distintos amigos escritores para contribuir con cien dólares mensuales, emparejando a cada uno con un escritor de Praga. Entre los colaboradores se encuentran John Updike, Alison Lurie y John Cheever. Hay que decir que Milan Kundera nunca forma parte del plan (por iniciativa propia, no quería verse en ventaja ante otros semejantes); y Klíma se borra de la lista al año siguiente cuando su situación mejora.

Adicional a la ayuda financiera, Roth dedica esfuerzos para que los escritores checos sean leídos. En su tierra no es posible. Pero en Estados Unidos sí. De esta manera nace la colección Escritores de la otra Europa, libros publicados bajo el sello editorial Penguin Books. Los títulos revelados al lector estadounidense, no solo favorecen la divulgación de las obras prohibidas, también facilitan la posibilidad de protección política para aquellos escritores marcados como disidentes. Entre los autores publicados en la colección se encuentran: Tadeusz Borowski; Bruno Schulz; Milan Kundera; y Witold Gombrowicz.

Philip Roth, junto a Milan Kundera y la escritora y editora Veronica Geng. Connecticut, 1980.
Imagen: The New Yorker.

Para burlar el férreo control del régimen, la ayuda financiera se lleva a cabo por medio de transacciones poco convencionales: al no poder enviar directamente un cheque a nombre del beneficiario, Roth se vale de los servicios de una pequeña agencia de viajes (expertos en enviar dinero a lugares “complicados”). El dinero, recolectado para la ayuda, se canjea por cupones. Estos papeles se  pueden introducir en los bancos de Praga y ser cambiados por dinero. Para no levantar sospechas en los envíos, el número de cupones difiere mes a mes. Durante varios años la operación es un éxito, hasta que Philip se deja convencer por su amigo Jerzy Kosinski, para entonces presidente del PEN Club (capítulo Estados Unidos), que le insiste delegar en ellos la responsabilidad de gestionar la ayuda. Philip Roth escribe un informe preciso, que hace llegar a cada miembro del PEN Club, con información sobre los escritores checos disidentes y detalles sobre los métodos del régimen (que violaban las leyes internacionales de propiedad intelectual) para confiscar los royalties extranjeros. El comité encargado de realizar las operaciones empezó a quejarse de que estas se enfocaran sólo a Checoslovaquia, alegando que de esa manera le hacían el juego al Departamento de Estado en su postura anticomunista, diciendo: ¿por qué no se envía dinero también a los escritores perseguidos por los gobiernos fascistas que apoya Estados Unidos? Para Philip Roth la queja pone fin a todos los esfuerzos y logros cometidos. Así lo confirma el escritor norteamericano en el libro escrito por Claudia Roth Pierpont:

Así que todo se terminó  ̶ explica ̶. Lo he sabido toda mi vida: si quieres hacer algo, hazlo tú mismo y mantenlo a pequeña escala. Me puso enfermo  ̶ añade ̶, después de aquello traté lo menos posible con el PEN Club. (p.125)

No existe causa justa sin la compañía de una decepción


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